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Visitas a la Specola Vaticana

Las relaciones entre los científicos y la Iglesia no siempre han sido fáciles. Basta recordar que Galileo fue condenado en 1633 por haber defendido el heliocentrismo. Hubo que esperar hasta 1992 para que, en un discurso, Juan Pablo II reconociera oficialmente aquel error que quedó en la historia. Desde entonces, las cosas han cambiado. En el siglo XX, el canónigo belga Georges Lemaître elaboró su famosa teoría del Big Bang. En 1930, el Vaticano abrió su observatorio en Castel Gandolfo. Hoy en día, el Santo Padre se ha convertido en un socio privilegiado en la investigación astronómica. Destino: el cosmos. 

 
De Roma… a Arizona

En sus orígenes, el observatorio tenía la función de introducir las correcciones necesarias al calendario. Estaba situado en la Torre de los Vientos, junto al corredor de los Museos Vaticanos. Esta torre, construida según los planos del fraile dominico y astrónomo Ignazio Danti —profesor en la Universidad de Bolonia— está atravesada por el meridiano que indicaba al papa Gregorio XIII la fecha del equinoccio de primavera, imprescindible para fijar con precisión el día de Pascua. El calendario gregoriano, promulgado en 1582, fue desarrollado por el matemático jesuita Christopher Clavius a partir de datos astronómicos.

En el siglo XVIII, el instituto se especializó en investigaciones sísmicas. Las observaciones astronómicas, que habían sido descuidadas durante un tiempo, se retomaron en 1780 gracias al telescopio de John Dollond. Posteriormente, en 1787, se fundó un observatorio en el Colegio Romano, y la Specola Vaticana se dedicó entonces al estudio de la meteorología y de la física terrestre. Se dotó de instrumentos meteorológicos y magnéticos, de un sismógrafo y de una meridiana para las observaciones astronómicas.

La historia posterior fue agitada e inestable: el observatorio tuvo que cerrarse y trasladarse en varias ocasiones. En 1930 se trasladó oficialmente a Castel Gandolfo, la residencia estival del Papa. Así comenzó la era moderna, aunque no sin problemas: apareció la contaminación lumínica. Si las luces de la Ciudad Eterna ya habían alejado a los astrónomos, no tardó en reproducirse el mismo fenómeno en otros lugares.

Después de 31 años, se tomó una decisión drástica: un nuevo traslado, esta vez a Arizona, en el Monte Graham. Allí se fundó el Vatican Observatory Research Group (VORG), con oficinas en el Observatorio Steward de la Universidad de Arizona en Tucson. El sitio de Castel Gandolfo permaneció activo, dedicado principalmente a actividades formativas. El nuevo telescopio fue instalado en 1993. Los astrónomos pertenecientes al clero trabajan allí junto con científicos laicos, colaborando en investigaciones conjuntas. El observatorio es miembro de la Unión Astronómica Internacional (IAU) y del Centro Internacional de Astrofísica Relativista (ICRA). El actual director de la Specola, Guy Consolmagno, asumió el cargo en 2015, sucediendo al también jesuita y astrónomo José Gabriel Funes.

 
Encuentro con Gabriele Gionti

Cuando llegamos a la Specola Vaticana (el Observatorio del Vaticano), acompañados por Monseñor Jean-Marie Gervais, lo primero que nos sorprendió fue el lugar de nuestra cita: Albano Laziale, y no Castel Gandolfo, aunque muy cercano. En efecto, el complejo es muy extenso; el observatorio vaticano abarca varias zonas geográficas.

La persona que nos recibió se llama Gabriele Gionti, un sacerdote jesuita particularmente cordial. Sus especialidades son la cosmología y… la gravedad cuántica. Casualidad o no, el astrónomo iba a ser invitado dos días después a la Universidad de Namur. André Füzfa nos confirmó la altísima calidad de su trabajo.

Antes de entrar en el fondo del debate, nuestro anfitrión nos mostró con orgullo el registro de científicos que han pasado por estos lugares, ya sea con motivo de seminarios, conferencias o simples encuentros. Spitzer, Lemaître, Fowler, Hoyle… un auténtico “dream team” de la astronomía.

También pudimos admirar una magnífica colección de meteoritos, manuscritos que datan del Renacimiento y, naturalmente, fotografías tomadas con distintos Papas.

La Specola Vaticana aborda todos los campos de la astronomía. Con Gabriele Gionti es difícil evitar el debate sobre la célebre “teoría del todo”. ¿Cómo describir de forma coherente y unificada el conjunto de las interacciones fundamentales? Una teoría así aún no se ha descubierto, principalmente porque resulta imposible formular una descripción de la gravedad que sea compatible con el modelo estándar de la física de partículas, marco teórico que se utiliza para describir las otras tres interacciones conocidas (electromagnetismo, interacción débil e interacción fuerte).

Una vía frecuentemente propuesta es la teoría de cuerdas. Sin embargo, Gabriele Gionti no está convencido. Según él, se trata de una buena teoría matemática que intenta efectivamente unificar la mecánica cuántica y la relatividad general, que describen respectivamente los fenómenos a escala microscópica y macroscópica.

En física fundamental, la teoría de cuerdas es un marco teórico en el que las partículas puntuales del modelo estándar son sustituidas por objetos unidimensionales llamados cuerdas. La teoría describe cómo estas cuerdas se propagan por el espacio e interactúan entre sí. A escalas superiores a la longitud de la cuerda, esta aparece como una partícula ordinaria, con propiedades de masa, carga y otras determinadas por su estado vibratorio. En particular, uno de esos estados vibratorios correspondería al gravitón, una partícula descrita por la mecánica cuántica que transmitiría la interacción gravitatoria.

Sin embargo, aún no se ha logrado una prueba formal de que la teoría de cuerdas describa realmente el mundo. Esta teoría y sus variantes presentan un inconveniente práctico: su complejidad extrema impide, hasta ahora, obtener resultados utilizables sin recurrir a grandes aproximaciones.

Volvamos a lo infinitamente grande. La relatividad general no permite describir un “antes” del Big Bang, a diferencia de la física cuántica. Surge así una pregunta lógica: ¿hubo otros Big Bang? ¿Existen universos paralelos? Es difícil demostrar lo que no se puede observar. Aunque la idea va ganando terreno, Gabriele Gionti subraya que, en el estado actual, no pasa de ser una especulación. La teoría de cuerdas podría, en principio, ofrecer una solución, pero de momento no hay nada concreto.

Hace algunos años, el proyecto ANITA de la NASA describió partículas que parecen no seguir las leyes de la física clásica. El experimento ANITA (Transitoria Impulsiva Antártica) consiste en un globo de helio a gran altitud equipado con un sistema de antenas de radio, que detectó ciertos neutrinos de altísima energía atravesar la Tierra. Los neutrinos son partículas fundamentales “fantasma”, que atraviesan la materia casi sin interactuar, lo que los hace extremadamente difíciles de detectar. Sin embargo, cuando son generados por objetos potentes y explosivos en el universo, pueden alcanzar energías tan elevadas que interactúan más fácilmente con la materia ordinaria. Estos neutrinos deberían venir del espacio profundo… y no de la Tierra. Esto sugiere la existencia de un antiuniverso dominado por la antimateria, que se extendería hacia atrás en el tiempo desde el Big Bang, con propiedades espaciales invertidas respecto a nuestro universo. En resumen: hay vías, hipótesis y teorías, pero la prueba formal de la existencia de un multiverso sigue siendo por ahora inalcanzable.

Gabriele Gionti es un teórico puro: comprende el universo a través de las ecuaciones. Sin embargo, el equipo del observatorio vaticano es multidisciplinar. Se ocupa de meteoritos, estrellas, planetas extrasolares, meteorología, fotometría (el estudio cuantitativo de la radiación luminosa tal como la percibe la visión humana), y mucho más. En la investigación espacial, el “santo grial” suele ser el descubrimiento de formas de vida en otros lugares. Como muchos, Gionti evita afirmar con certeza la existencia de extraterrestres, pero admite una probabilidad muy alta, dada la vastedad del universo. Algunos planetas podrían incluso ser más habitables que la Tierra. Además, ¿estamos seguros de que el agua y el carbono son las únicas bases posibles para la vida, aunque sean las más ideales? Gabriele Gionti nos recuerda lo que ya han dicho muchos astrofísicos antes que él: sería un error limitarse a imaginar la vida solo como una forma bífida y tecnológicamente avanzada. El descubrimiento de una simple bacteria extraterrestre ya sería una auténtica revolución.

En astronomía, a menudo una respuesta genera muchas más preguntas. ¿Casualidad o destino? Mientras visitábamos la basílica de San Pedro al día siguiente, un hombre se cruzó en nuestro camino. Gionti nos sonrió, divertido ante nuestra sorpresa. Las probabilidades de volver a encontrarnos aquel día eran mínimas. Una cosa es cierta: la Iglesia ya no es enemiga de la ciencia.

(Geoffrey Van Hecke para Tota Pulchra News)

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