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El Papa León XIV con la Familia de la Gobernación en fiesta

El testimonio y la presencia

Un agradecimiento a todos los presentes por su testimonio y presencia, y por todo lo que hacen —a veces con gran sacrificio— para vivir unidos en familia, transmitiendo este mensaje y participando así del espíritu que Jesucristo nos ha dejado.

Ante una plaza repleta de padres, abuelos y niños, el Papa León XIV se asomó desde la entrada principal del Palacio de la Gobernación  y expresó la alegría de poder compartir un momento tan especial, dedicado a la familia. Fue el momento más significativo de la iniciativa “La Familia de la Gobernación en fiesta”, que se ha convertido ya en un evento anual.

La presencia inesperada del Pontífice, la tarde del sábado 6 de septiembre, provocó un caluroso aplauso y el entusiasmo desbordante de los niños. El Papa subrayó la importancia de reunirse para celebrar los lazos familiares y dedicó un afectuoso pensamiento a los más pequeños. Sus palabras conmovieron los corazones de los presentes, suscitando prolongados aplausos.

Posteriormente, el Santo Padre invitó a rezar el Ave María y otorgó su bendición a todos los presentes. A su lado se encontraba la Sor Raffaella Petrini, Presidenta de la Gobernación, acompañada por los dos Secretarios Generales, el Arzobispo Emilio Nappa y el abogado Giuseppe Puglisi-Alibrandi. Estaban también presentes los Cardenales Fernando Vérgez Alzaga y Giuseppe Bertello, Presidentes eméritos de la  Gobernación, así como el Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General emérito del Sínodo de los Obispos.

Tras concluir su saludo, el Papa León XIV permaneció largo tiempo entre la multitud, regalando un momento de gran cercanía. Durante casi una hora caminó entre los niños y sus familias, impartiendo bendiciones, caricias, abrazos y apretones de manos, aceptando con una sonrisa las numerosas peticiones de fotografías. El Pontífice recibió con sorpresa y gratitud un obsequio inusual pero entrañable: una pizza margarita decorada con mozzarella que formaba la inscripción “¡Viva el Papa León XIV!”.

Antes de la llegada del Papa, el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga había presidido la Celebración Eucarística en la Gruta de Lourdes. Concelebraron con él el Cardenal Giuseppe Bertello y el Arzobispo Emilio Nappa. El rito fue dirigido por el padre Franco Fontana, Coordinador de los Capellanes de las Direcciones y Oficinas Centrales.

Después de la Santa Misa, la fiesta cobró vida con actividades para los niños: malabaristas, burbujas de jabón, zonas de dibujo, música en vivo, toboganes inflables y numerosos puestos gastronómicos. Una auténtica jornada dedicada al juego y a la convivencia. Un momento especial en el que se respiró un ambiente de armonía y comunidad. Una ocasión para recordar que, a pesar de las dificultades cotidianas, la familia sigue siendo el corazón palpitante de la sociedad.

 

A continuación, publicamos la homilía del Cardenal Fernando Vérgez Alzaga:

 

Homilía del Cardenal Fernando Vérgez Alzaga

Es para mí una alegría saludar, en primer lugar, a nuestro querido Cardenal Bertello, que ha querido unirse a nosotros en esta fiesta.
Querida Hna. Raffaella,
Queridos Monseñores Emilio Nappa y Giuseppe Puglisi-Alibrandi,
Estimados Directores y Responsables,
Queridos Capellanes de los distintos Departamentos,
Queridos amigos todos, empleados y familiares, y en primer lugar, vuestros hijos.

Hoy nos hemos reunido aquí, en torno a la Mesa Eucarística y a los pies de la Virgen, nuestra Madre, para celebrar algo precioso, algo que con frecuencia damos por sentado, pero que constituye el corazón palpitante de nuestra vida: la familia.

Queremos recordar también que esta fiesta fue aplazada debido al fallecimiento repentino del Papa Francisco, a quien va nuestro afectuoso recuerdo, así como nuestra oración y filial devoción a su Sucesor, el Papa León XIV.

Nos encontramos, además, en la víspera de una importante canonización. Mañana por la mañana, en la Plaza de San Pedro, el Papa proclamará santos a dos laicos: el adolescente Carlo Acutis y el joven Pier Giorgio Frassati. Ambos se santificaron en el seno de una familia y dieron testimonio de Cristo en el entorno cotidiano en el que vivían.

La familia no se compone solamente de lazos de sangre. Se compone de amor, de cuidado mutuo, de paciencia y de perdón. Es el lugar donde aprendemos a vivir, a compartir, a afrontar juntos las alegrías y las dificultades de la vida. Es en la familia donde se construye el primer sentimiento de confianza, el primer abrazo que consuela, la primera palabra que alienta.

Hoy no celebramos la familia perfecta, sino el deseo de caminar juntos, de crecer en el amor también a través de nuestras fragilidades. Celebramos todas las familias: las numerosas y las más pequeñas, las que tienen hijos y las que no, las heridas que intentan reconstruirse, las que se abren a la acogida, las marcadas por la emigración, por las dificultades económicas, por la soledad… Todas merecen respeto, apoyo y gratitud.

Vivimos tiempos difíciles. Los ritmos frenéticos, las preocupaciones cotidianas, la fragilidad de las relaciones ponen a prueba la solidez de los vínculos familiares. Pero precisamente por ello, necesitamos más que nunca encontrar tiempo para escucharnos, para mirarnos a los ojos, para estar juntos sin prisas. La familia no es un bien individual, sino un don para toda la sociedad. Una sociedad que invierte en la familia, invierte en su propio futuro.

Y para nosotros, cristianos, la familia es también un lugar de fe, donde Dios se hace cercano en los gestos más sencillos: una comida compartida, una oración antes de dormir, una mano tendida para pedir perdón. Pensemos en la Sagrada Familia de Nazaret, que no era rica ni poderosa, pero que estaba llena de confianza en Dios y era capaz de afrontar unida cualquier dificultad.

De hecho, Jesús quiso nacer en una familia que, con su sola presencia, hizo santa. Este es un punto sobre el cual debemos reflexionar: hacer entrar a Jesús en la familia trae bendición y plenitud a sus miembros.

 

En esta fiesta, decimos gracias:

 

-a los padres que se sacrifican cada día por sus hijos;

-a los abuelos que transmiten sabiduría y ternura;

-a los hijos que, también en su modo silencioso, nos enseñan el amor gratuito;

- a quien, incluso sin una familia propia, se hace hermano o hermana para los demás.

 

Que este día sea una ocasión para detenernos, para reencontrarnos, para dar gracias. Y para renovar el compromiso de custodiar nuestras familias como el bien más hermoso que poseemos.

Una palabra ahora sobre el Evangelio que hemos escuchado: Jesús está rodeado de una multitud numerosa, gente entusiasta, fascinada por sus palabras y por sus milagros. Podríamos esperar que los anime, que los tranquilice... pero no. Jesús se vuelve y pronuncia palabras duras:
“Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso más que a su propia vida, no puede ser mi discípulo.”

No es una frase fácil. No es una llamada emotiva. Es, más bien, una llamada a la elección consciente, a la radicalidad del Evangelio. Jesús no busca números, sino corazones dispuestos a seguirlo de verdad. No le interesa una multitud entusiasta que no ha comprendido hacia dónde se dirige. Quiere discípulos libres, decididos, maduros.

Por eso nos da enseguida dos ejemplos muy concretos: quien construye una torre, calcula antes los costos; quien va a la guerra, evalúa las fuerzas disponibles. Jesús nos está diciendo que seguirle es algo serio. No se improvisa. No se puede ser discípulo a medias.

Ser cristiano es una elección que implica toda la vida. Por eso también habla de la cruz: “Quien no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.”

La cruz no es una desgracia ni una mala suerte: es todo aquello que en la vida nos pone a prueba, que nos cuesta, pero que, vivido con amor, nos hace semejantes a Jesús. Cargar con la cruz no significa buscar el sufrimiento, sino aceptar con fe lo que la vida nos pide, con tal de permanecer fieles al Evangelio.

Significa elegir a Jesús cada día, incluso cuando resulta incómodo, incluso cuando nos pide cambiar. Significa llevar nuestra cruz sin quejas, confiando en que Él camina con nosotros. Significa usar nuestros bienes, nuestro tiempo, nuestras relaciones... no para poseer, sino para servir.

En un mundo que nos invita a acumular, a tenerlo todo y de inmediato, Jesús nos propone el camino más difícil, pero también el único que conduce a la verdadera libertad y a la alegría plena.

Hermanos y hermanas, no nos desanimemos ante estas palabras exigentes. Jesús nos pide una decisión verdadera. No nos deja solos en el camino: nos da su gracia, su fuerza, su presencia.

Pidámosle hoy el valor de seguirle con todo el corazón, incluso cuando el camino se estrecha. Porque, al final, sólo quien pierde la vida por Él, la encontrará de verdad.

En este mes de septiembre, la Iglesia celebra en una misma semana tres fiestas marianas: el nacimiento de María (8 de septiembre), el Santo Nombre de María (12 de septiembre) y la Virgen de los Dolores (15 de septiembre). En la oración se relacionan el nacimiento de María y su maternidad divina. En particular, la Natividad de María recuerda que el nacimiento de una persona es siempre un acontecimiento portador de esperanza.

Y lo fue de manera especial en el caso de María, la Madre de Dios: su nacimiento marcó el amanecer de la plenitud de la historia de la salvación.

Concluyo invocando sobre todos vosotros, vuestras familias y vuestros hijos la bendición y la protección de la Virgen Niña, nuestra Madre.

¡Feliz fiesta a todos, con el corazón lleno de alegría!

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