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La Presidenta de la Gobernación ha presentado la nueva instalación de micromosaicos de los Museos Vaticanos

Un microcosmos de belleza

La colección de micromosaicos de los Museos Vaticanos figura entre las más importantes del mundo. Constituye un ejemplo de excelencia artística en la creación, a partir de minúsculas teselas de esmalte, de composiciones y decoraciones de extraordinaria belleza y valor.

Puede admirarse en la nueva instalación ubicada en las Galerías de la Biblioteca, en la histórica Sala Paulina II. La exposición fue presentada el viernes por la tarde, 16 de mayo, por Sor Raffaella Petrini, Presidenta de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano; por la directora de la Dirección de los Museos y Bienes Culturales, la doctora Barbara Jatta; por el historiador del arte Alvar González-Palacios; y por el doctor Luca Pesante, responsable del Departamento de Artes Decorativas, encargado de la nueva disposición.

Entre los presentes se encontraban, entre otros, el P. Rocco Ronzani, Prefecto del Archivo Apostólico Vaticano, y el abogado Giuseppe Puglisi-Alibrandi, Secretario General de la Gobernación.

Este recorrido renovado y de carácter permanente permite contemplar los micromosaicos en relación con el contexto histórico y ambiental para el que fueron concebidos. Por ello, estas diminutas obras de arte han sido colocadas en los armarios originales del siglo XVIII pertenecientes a la Galería.

 

A continuación, publicamos el discurso de la Presidenta de la Gobernación:

Queridos amigos aquí presentes (P. Rocco Ronzani, Prefecto del Archivo Apostólico Vaticano),

Me complace profundamente inaugurar la nueva instalación permanente de la valiosa colección de micromosaicos de los Museos Vaticanos. Al igual que se hiciera en su momento en el Museo Sagrado, en el Museo Profano y en la Sala de los Discursos, también en esta nueva exposición se ha querido emplear antiguos armarios, cuidadosamente adaptados en su interior, en una de las Salas Paulinas de las Galerías de la Biblioteca.

El mosaico moderno comenzó a consolidarse en Roma a finales del siglo XVI, durante el pontificado de Gregorio XIII, con la fundación de un taller de mosaístas dedicado a la realización y conservación de los elementos ornamentales de la Basílica de San Pedro.

Para preservar las decoraciones de la Basílica, las pinturas originales fueron sustituidas progresivamente por mosaicos más duraderos. Gracias a una técnica cada vez más refinada, las teselas de esmalte vítreo alcanzaron una compacidad y una calidad visual comparables a la pintura.

En 1727, por voluntad del papa Benedicto XIII, el taller adoptó el nombre de Estudio del Mosaico Vaticano, bajo la supervisión directa de la Fábrica de San Pedro. El micromosaico floreció en este contexto a finales del siglo XVIII, y se difundió rápidamente por toda Europa. Destinado a objetos preciosos como tabaqueras, broches y joyas, e inspirado por el gusto neoclásico por la alegoría y la antigüedad, amplió con el tiempo su repertorio incorporando flores, animales y ruinas, integrados en sugestivos paisajes. Las vistas de la Ciudad Eterna y del campo que la rodea otorgaron al mosaico una identidad cada vez más “romana”.

En 1795, la Fábrica de San Pedro oficializó su producción, incorporándolo al mosaico de gran formato. Su difusión internacional, favorecida por los obsequios pontificios a diplomáticos y soberanos, lo convirtió en un codiciado recuerdo entre los viajeros del Grand Tour.

En 1804, con ocasión de la coronación de Napoleón en París, Pío VII llevó consigo una serie de objetos preciosos destinados a ser ofrecidos como presente a los soberanos. En el inventario, aún conservado en los archivos, figuran numerosas cajas, brazaletes y pequeños cuadros en micromosaico, con un valor estimado de 14.000 escudos.

No siempre este arte, a menudo considerado “menor”, fue justamente apreciado. El arqueólogo e historiador del arte Winckelmann llegó a afirmar que el arte del mosaico, que “en la Antigüedad revestía los suelos y en el cristianismo cubría la bóveda de las iglesias”, se había “envilecido hasta reducirse a las tabaqueras y los brazaletes”. Sin embargo, este tipo de obras constituyó un importante instrumento para la difusión del conocimiento del arte clásico y sigue siendo, hoy en día, un magnífico testimonio del gusto de su época.

Deseo agradecer a la Dirección de los Museos, a la doctora Barbara Jatta y a sus colaboradores —en particular al doctor Luca Pesante—, así como a todos los que, desde distintas responsabilidades, han contribuido a la realización de este hermoso proyecto, testimonio del compromiso constante con la valorización y la promoción del conocimiento del vasto y variado patrimonio artístico que todos estamos llamados a custodiar, especialmente dentro del Estado de la Ciudad del Vaticano.

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