Lo que impresiona en ella no es la excepcionalidad de sus obras, sino su capacidad de transformar lo ordinario en ofrenda. Santa María Bertilla Boscardin, cuyo nombre de bautismo era Ana Francisca, fue una mujer sencilla, por momentos impulsiva, pero dotada de una profunda determinación y de una gran capacidad de dominio interior. A menudo víctima de celos y malentendidos, nunca se dejó abatir: su propósito —«quiero hacerme santa y llevar a Jesús muchas almas»— se convirtió en su programa de vida.
La evangelización de Corea comenzó a principios del siglo XVII, cuando algunos coreanos entraron en contacto con el cristianismo durante un viaje a Pekín. Al regresar a su patria, fundaron una comunidad cristiana viva y perseverante, a pesar de la ausencia inicial de sacerdotes.
«Nacido pobre, vivido pobre y seguro de morir pobrísimo». Así escribía San Pío X, nacido Giuseppe Melchiorre Sarto, en su Testamento. Un Papa de origen humilde, que llegó a la Cátedra de Pedro tras haber recorrido todas las etapas de su carrera eclesiástica: capellán, párroco, obispo, cardenal, patriarca.
Es conocido por haber elaborado el Catecismo que lleva su nombre, por haber concedido la Comunión a los niños a partir de los siete años, y también por haber promovido importantes reformas en la Iglesia. Es san Pío X, en el siglo Giuseppe Sarto. Nació en Riese, en la provincia de Treviso, el 2 de junio de 1835, siendo el primero de diez hijos de Giovan Battista Sarto y Margherita Sanson, una familia de origen humilde, pobre pero no miserable, al menos en sus primeros años. Desde pequeño mostró una intel...
Una joven romana de trece años no dudó en sacrificar su vida para dar testimonio de su fe en Cristo. San Ambrosio, obispo de Milán, dijo de ella que era capaz de dar a Cristo un doble testimonio: el de su castidad y el de su fe (De Virginitate. II. 5-9). El Papa Dámaso escribió un epitafio en su honor.
San Pedro Damián es uno de los escritores más destacados del siglo XI y uno de los mayores impulsores de la reforma pregregoriana, colaborando estrechamente con varios pontífices en la lucha contra los males que aquejaban a la Iglesia de su tiempo. En particular, combatió la simonía —la compraventa de cargos y dignidades eclesiásticas— y el nicolaísmo, es decir, el rechazo del celibato clerical. Sin adoptar posturas extremas, el santo se puso al servicio de los papas y escribió sobre estas cuestiones en su obra Liber Gratissimus.
Ejerció cada misión con sencillez y humildad, defendiendo a la Iglesia de los ataques de sus enemigos, promoviendo la paz entre los poderosos enfrentados y guiando con entrega ejemplar a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos.
Todo cuanto el mundo considera digno de deseo —honores, riquezas, nobleza, gloria, poder— lo poseía Luis Gonzaga desde su nacimiento. Y sin embargo, eligió ir contra corriente, apostarlo todo por Cristo y abandonar toda seguridad humana. Nacido el 9 de marzo de 1568 en el seno de la ilustre casa de los Gonzaga, como primogénito del marqués de Castiglione, el joven Luis tenía ante sí un porvenir de privilegios y grandezas. Sin embargo, prefirió la oración y la penitencia a las armas y al esplendor de la corte.
Un ermitaño que supo mediar y aconsejar a sus conciudadanos, apaciguando los ánimos enfrentados. Aunque alejado del mundo y retirado en soledad en una celda, logró evitar conflictos fratricidas. Su única arma era el rosario, que llevaba siempre consigo; su único alimento, la Eucaristía. Es Bruder Klaus, conocido como San Nicolás de Flüe.
La Iglesia en México tuvo que atravesar una prueba terrible: la de la persecución y la marginación. Con la ley de 1917, denominada Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, inspirada en un odio antirreligioso y anticlerical, se intensificaron las vejaciones contra los cristianos. Pío XI dedicó la encíclica Iniquis Afflictisque a las persecuciones sufridas por la Iglesia en México, empleando un tono incluso vehemente, al atribuir a la “soberbia” y a la “demencia” el propósito de “desarraigar y desmoronar la casa del Señor”.
La memoria litúrgica del 21 de noviembre, dedicada a la Presentación de la Bienaventurada Virgen María, hunde sus raíces no en los textos canónicos, sino en las antiguas tradiciones cristianas conservadas en los Evangelios apócrifos. En aquellas páginas, las primeras comunidades contemplaban a María creciendo en intimidad con Dios, de modo que la Iglesia aprendiese de ella cómo prepararse para la venida del Señor.
En un periodo turbulento para la Iglesia, Gaspar se distinguió por su valentía. Cuando, en 1810, se impuso a los sacerdotes el juramento de fidelidad al emperador Napoleón, él lo rechazó con firmeza. Aquel gesto le costó el exilio y cuatro años de prisión, que afrontó con serenidad y una fe inquebrantable. San Gaspar del Búfalo no dudó en rechazar cualquier compromiso con quienes atentaban contra la vida de la Iglesia y del Papa.
No hay mucha información histórica sobre el apóstol Mateo. Su nombre deriva de una abreviatura de Matías o Matanía, que significa «Don de Dios». El Martirologio Romano sitúa su muerte el 21 de septiembre y la traslación de su cuerpo desde Etiopía a Salerno, con escala en Paestum, el 6 de mayo. La tradición dice que fue asesinado mientras celebraba misa.
«Desde los primeros siglos de la Iglesia católica, el pueblo cristiano ha elevado suplicantes oraciones e himnos de alabanza y devoción a la Reina del Cielo, tanto en circunstancias gozosas como, mucho más, en momentos de grave aflicción y peligro; ni nunca se han desvanecido en la fe las esperanzas puestas en la Madre del Rey divino, Jesucristo, gracias a la cual hemos aprendido que la Virgen María, Madre de Dios, preside el universo con corazón maternal, como coronada de gloria en la beatitud celestial». Así lo recuerda Pío XII en su Encíclica Ad Caeli Reginam del 11 de octubre de 1954, con la que instituyó la fiesta litúrgica de la «Bienaventurada Virgen María Reina».
En la octava de la Asunción, la Iglesia celebra la memoria de Santa María Virgen Reina. Esta fiesta fue instituida por Pío XII en 1955, inicialmente el 31 de mayo, pero más adelante se trasladó al 22 de agosto para subrayar mejor el vínculo entre la realeza de María y su Asunción al cielo en cuerpo y alma.
Fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol, a quien el Señor dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En el día en que los romanos solían conmemorar a sus difuntos, se venera la sede de la entrada en el cielo de aquel Apóstol, quien obtuvo su gloria con su martirio en la colina vaticana y está llamado a presidir la comunión universal en la caridad. Así lo recoge el Martirologio Romano.
María Magdalena es conocida como «Apóstol de los Apóstoles», ya que fue la primera en llevar a los demás discípulos el anuncio de la resurrección de Jesús. También se la llama «evangelista», por haber sido mensajera de la Buena Nueva.
Era el 22 de junio de 1535 cuando, en la Torre de Londres, se ejecutó la sentencia de muerte por decapitación contra el obispo de Rochester, Juan Fisher. El rey Enrique VIII lo había acusado de alta traición. Con la esperanza de obtener clemencia, el papa Pablo III lo había creado cardenal el 20 de mayo anterior, pero todo resultó en vano. La cabeza de Fisher permaneció expuesta a la entrada del puente de Londres hasta el 6 de julio, cuando fue arrojada al Támesis. En su lugar fue colocada la de Tomás Moro, Lord Canciller del Reino. También él había sido condenado a muerte por alta traición, y la sentencia fue ejecutada el 6 de julio de 1535.
San Juan Nepomuceno nació en 1330 (o en 1345, según las fuentes) en Nepomuk, una localidad situada en la actual República Checa. Desde joven se distinguió por su inteligencia y, en 1387, se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad de Padua. Nunca buscó la carrera eclesiástica por ambición personal, sino que abrazó su vocación con humildad. Desempeñó diversos cargos, entre ellos párroco y canónigo de la catedral de San Vito de Praga, sin obtener nunca provecho económico alguno.
Esposa, madre, viuda, monja. Este fue el itinerario humano que llevó a Rita a convertirse en Santa. Es una de las mujeres más conocidas del mundo y, sin duda, una de las más queridas e invocadas por la comunidad eclesial después de la Virgen María. Un ejemplo de fe inquebrantable en Dios, de amor apasionado, hasta el punto de compartir con Cristo, durante quince años, una espina de su corona.
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