19 de diciembre: San Anastasio I, Papa
Defensor de la verdadera fe
Anastasio, romano de nacimiento e hijo de un tal Máximo, llevaba un nombre que en griego significa «resucitado». Fue elegido Pontífice a finales del año 399, tras la muerte del papa Siricio, y permaneció al frente de la Iglesia apenas dos años, hasta el 19 de diciembre de 401. Pese a la brevedad de su pontificado, su gobierno resultó sorprendentemente intenso. A él se atribuye la edificación de la basílica Crescenciana —identificada por la tradición con la actual San Sisto Vecchio—, así como una labor constante de vigilancia doctrinal en una época en la que antiguas controversias volvían periódicamente a sacudir la unidad eclesial.
Su atención se dirigió en primer lugar a los movimientos heréticos que aún agitaban el norte de África: el donatismo, que cuestionaba la legitimidad de determinados obispos y de los sacramentos por ellos administrados, y las últimas manifestaciones del maniqueísmo. Anastasio confirmó las decisiones del Concilio de Toledo del año 400 y se mostró inflexible ante cualquier forma de división, al tiempo que en Roma descubría personalmente la existencia de grupos maniqueos que habían permanecido ocultos. Paralelamente, se opuso con firmeza a las influencias arrianas que subsistían en algunas regiones del Imperio y fue un decidido defensor de los derechos del Patriarcado occidental sobre las provincias de Ilírico.
Sin embargo, el episodio que más marcó su figura fue la gran controversia origenista. Las doctrinas atribuidas a Orígenes, transmitidas a menudo en clave neoplatónica y, en ocasiones, interpretadas en sentido dualista o gnóstico, provocaban encendidas polémicas en los ambientes monásticos tanto de Oriente como de Occidente. En el año 399, amigos y discípulos de san Jerónimo solicitaron con insistencia a Anastasio una toma de posición oficial. A estas peticiones se sumaron las presiones de Teófilo de Alejandría, deseoso de obtener el respaldo romano en la disputa. El Papa examinó una serie de proposiciones extraídas del Periarchon de Orígenes —obra que Rufino de Aquilea había traducido recientemente y «corregido»— y las declaró blasfemas. Rufino, irritado, le envió una Apología para aclarar su fe, pero Anastasio prefirió no entrar en la cuestión de las intenciones personales del traductor. Limitó su intervención a la condena de los errores doctrinales y dirigió diversas cartas a los obispos de Occidente y a las Iglesias orientales; una de ellas fue destinada a Venerio de Milán.
Junto a las controversias, no faltaron relaciones cordiales y personales con figuras espirituales de su tiempo. Es célebre su amistad con Paulino de Nola: Anastasio elogió públicamente su vida y lo invitó a Roma para la celebración anual del aniversario de su propia consagración, un honor habitualmente reservado a los obispos. Paulino, que aún no lo era, no pudo asistir, pero el Papa acogió con benevolencia su carta de disculpa. De su correspondencia solo se conserva hoy una pequeña parte, aunque se sabe que desde el Laterano el Pontífice escribía con frecuencia a numerosas regiones del Imperio.
Su muerte tuvo lugar el 19 de diciembre de 401, fecha confirmada por los estudios sobre el Liber Pontificalis. Fue sepultado a lo largo de la vía Portuense, entre las basílicas de Santa Candida y de los santos Abdón y Senén. Jerónimo, que le profesaba una profunda estima, llegó a afirmar que su prematura desaparición había sido casi una gracia, para que no tuviera que asistir a la humillación de Roma durante el saqueo del año 410. El culto a Anastasio se difundió rápidamente: su nombre aparece ya en el Martirologio Jeronimiano a mediados del siglo V.
