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20 de enero: San Sebastián, mártir

No temáis a quienes pueden matar el cuerpo, pero no el alma

No disponemos de mucha información sobre la vida de San Sebastián. En la Passio Sancti Sebastiani Martyris, texto atribuido durante mucho tiempo a San Ambrosio de Milán (340-397), se afirma que, hacia el año 250, nació y creció en Milán, hijo de un padre originario de Narbona y de madre milanesa. Educado en la fe cristiana, se trasladó a Roma en el año 270 y se alistó en el ejército alrededor del 283, llegando a ser tribuno de la primera cohorte de la guardia imperial. Al no sospechar de su fe, los emperadores Maximiano y Diocleciano le confiaron importantes responsabilidades.

Como pretoriano, tenía la oportunidad de ayudar discretamente a los cristianos encarcelados, ocuparse de su sepultura y convertir a soldados y nobles de la corte. Intervino cuando los hermanos gemelos Marcelino y Marcos, cediendo a las súplicas de sus padres, esposas e hijos, estaban a punto de sacrificar a los ídolos y, por tanto, de renegar de su fe. Conmovidos por las palabras del Santo, aceptaron el martirio, y sus padres se convirtieron de inmediato, al igual que su carcelero Nicóstrato, cuya esposa Zoe, que era muda, recuperó el habla por la intercesión del Santo.

Al enterarse de este milagro, el prefecto de Roma, Cromacio, gravemente enfermo, hizo llamar a San Sebastián a su lecho. Al ser curado, se convirtió junto con su hijo Tiburcio y toda su familia.

Según la tradición, fue arrestado mientras sepultaba a los santos mártires Claudio, Castorio, Sinforiano y Nicóstrato, conocidos como los Cuatro Coronados, en la Vía Labicana. Fue llevado por Maximiano ante Diocleciano, quien ya estaba furioso por los rumores de que incluso entre los pretorianos del palacio imperial se ocultaban cristianos.

El prefecto Fabiano ordenó ejecutar de inmediato a todos estos nuevos conversos, que habían sido bautizados por el sacerdote Policarpo, y denunció a Sebastián como cristiano directamente ante Diocleciano. El emperador, enfurecido por lo que consideraba una traición, ordenó que lo ataran a un poste y fuera asaeteado por sus propios soldados en una zona del monte Palatino llamada campus. Dado por muerto, fue abandonado para que lo devoraran las fieras. Sin embargo, aunque gravemente herido, no falleció. Una piadosa viuda cristiana, Santa Irene, lo recogió, lo cuidó y logró curarlo.

Sebastián, ya recuperado, se presentó de nuevo en el Palacio Imperial y reprendió a los dos emperadores por la injusticia y crueldad de la persecución contra los cristianos. Fue inmediatamente arrestado, golpeado hasta la muerte y su cuerpo arrojado a la principal cloaca de Roma, la Cloaca Máxima. No obstante, Santa Lucina, advertida mediante una visión, recuperó su cuerpo y lo sepultó en las catacumbas de la Vía Apia.

En el año 680 d.C., se le atribuyó la intercesión en el fin de una grave epidemia de peste en Roma.

Su festividad se celebra el 20 de enero y es Patrono de numerosas ciudades de Europa y, como militar, de los infantes y de las cofradías de arqueros. Además, es invocado contra la peste y las epidemias.

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