5 de noviembre: San Guido María Conforti, Obispo
Un celoso pastor misionero
Sus dos expresiones más célebres - «In Omnibus Christus» y «Caritas Christi urget nos» - resumen el núcleo de la obra y de la espiritualidad de Monseñor Guido María Conforti. Fue una figura destacada en el renacimiento del impulso misionero de la Iglesia entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX.
Nacido en las cercanías de Parma el 30 de marzo de 1865, desde niño se sintió profundamente conmovido por la visión de un gran Crucifijo que contemplaba cada día de camino a la escuela. Desde aquel momento nació en él el deseo de consagrar su vida a dar a conocer el amor de Cristo a todos.
Ingresó en el seminario con apenas once años, pero una grave enfermedad estuvo a punto de truncar su camino hacia el sacerdocio y de impedirle la vida misionera. Sin embargo, gracias al apoyo del rector don Andrea Ferrari —que más tarde sería cardenal y beatificado—, fue ordenado sacerdote en 1888. Aún muy joven, antes de cumplir los treinta años, fue nombrado vicario general de la diócesis.
En 1895 fundó la Congregación de San Francisco Javier para las Misiones Extranjeras, hoy conocida como Misioneros Javerianos, con el apoyo de su obispo y del prefecto de Propaganda Fide. Cuatro años después, en 1899, envió a los primeros misioneros a China. En 1902 fue nombrado arzobispo de Rávena, pero se vio obligado a dimitir dos años más tarde a causa de su frágil salud.
En 1907, el papa Pío X lo designó Obispo de Parma. Durante los veinticuatro años que permaneció al frente de la diócesis, Conforti se dedicó con celo a la formación del clero, a la promoción de la educación religiosa —especialmente entre los jóvenes— y a la organización de visitas pastorales, sínodos diocesanos, congresos e iniciativas espirituales. Apoyó activamente la Acción Católica, la prensa y las obras sociales de su tiempo.
La vida de Conforti se entrelazó con grandes acontecimientos históricos: el conflicto entre el Estado y la Iglesia, la Primera Guerra Mundial, el auge del fascismo y la firma de los Pactos de Letrán. Desde los comienzos de su ministerio debió afrontar situaciones complejas. Cuando fue vicario general de monseñor Magani, supo mantener el equilibrio en una diócesis dividida y contribuyó a reforzar la comunión entre los sacerdotes.
En 1907, el papa Pío X condenó el modernismo. Conforti vigiló con prudencia en su diócesis, pidiendo a los presbíteros que reafirmaran su fidelidad a la Iglesia. No obstante, aun sosteniendo una línea doctrinal firme, no dudó en defender al clero frente a acusaciones desmedidas, como se desprende de algunas de sus cartas dirigidas a la Santa Sede. Fue, al mismo tiempo, maestro exigente y pastor comprensivo.
A comienzos del siglo XX, Parma fue escenario de fuertes tensiones sociales. En 1908 estalló un conflicto entre jornaleros agrícolas y propietarios de tierras. Conforti, pese a pertenecer a una familia acomodada, no tomó partido, sino que trató de mediar entre las partes, permaneciendo en la ciudad a pesar de sus compromisos. En una carta pastoral del 16 de abril de 1908, denunció la responsabilidad moral de los terratenientes que habían descuidado la formación cristiana de los trabajadores. Sin embargo, la huelga desembocó en un aumento del anticlericalismo: en algunas zonas disminuyeron los bautismos y la participación en los sacramentos.
Durante la guerra mundial, Conforti sostuvo la postura de Benedicto XV, opuesto al conflicto. Aunque aceptó la decisión del Estado de entrar en guerra en 1915, reafirmó el principio de obediencia civil e invitó a los cristianos a mantener una fe firme incluso ante la tragedia. Continuó visitando la diócesis, acompañó a los enfermos, bendijo a los soldados y alentó obras de caridad y solidaridad. Tras el conflicto, impulsó nuevamente la educación religiosa, la Acción Católica y las iniciativas juveniles.
Uno de los ámbitos más queridos para él fue la actividad misionera: colaboró en la fundación de la Unión Misionera del Clero (1916), de la que fue su primer presidente. En 1928 viajó personalmente a China para visitar a sus misioneros.
Murió en Parma el 5 de noviembre de 1931. Fue proclamado Beato en Roma por San Juan Pablo II el 17 de marzo de 1996 y canonizado por el Papa Benedicto XVI el 23 de octubre de 2011.
