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13 de noviembre: Artemide Zatti, hermano laico salesiano

El enfermero santo

Artemide Zatti nació en Boretto, en la provincia de Reggio Emilia, el 12 de octubre de 1880. Desde niño hubo de enfrentarse a las asperezas de la vida, hasta el punto de que, con apenas nueve años, trabajaba como jornalero para ganarse el sustento.

Debido a la pobreza familiar, en 1897 emigraron a la Argentina, estableciéndose en Bahía Blanca. Allí, Artemide comenzó a frecuentar la parroquia atendida por los Salesianos, donde encontró en don Carlos Cavalli —sacerdote de profunda fe y bondad— su guía espiritual. Fue él quien le orientó hacia la vocación salesiana, que Artemide abrazó a los veinte años entrando en el aspirantado de Bernal.

Mientras cuidaba a un joven sacerdote gravemente enfermo de tuberculosis, contrajo él mismo la dolencia. Gracias a la solicitud de don Cavalli, que seguía su situación aun desde lejos, se decidió trasladarlo a la Casa salesiana de Viedma, donde el clima más benigno y la presencia de un hospital misionero favorecieron su recuperación. Allí conoció al Padre Evasio Garrone, hermano enfermero salesiano, quien le animó a dirigirse a María Auxiliadora con una promesa: si sanaba, dedicaría su vida al cuidado de los enfermos. Artemide aceptó con plena confianza y, de modo extraordinario, recuperó la salud, pudiendo proclamar: «Creí, prometí, sané».

Desde aquel momento su camino quedó definitivamente trazado. Aceptó con humildad renunciar al sacerdocio, consagrándose como hermano laico y realizando su primera Profesión religiosa en 1908, seguida de la perpetua en 1911. Fiel a la promesa hecha a la Virgen, se entregó completamente al hospital, encargándose en un primer momento de la farmacia y, tras la muerte del Padre Garrone en 1913, asumiendo la dirección del centro. Artemide llegó a ser vicedirector, administrador y enfermero estimado, gozando de la confianza de pacientes y colaboradores, que le confiaban cada vez más responsabilidades.

Su servicio no se limitaba al hospital: estaba presente en toda la ciudad y en las localidades cercanas de Viedma y Patagones, situadas a orillas del río Negro. Disponible a cualquier hora del día o de la noche, afrontaba toda clase de inclemencias para socorrer a quien lo necesitara, a menudo sin esperar retribución alguna. Su fama de «enfermero santo» se extendió por toda la Patagonia, hasta el punto de que no pocos preferían acudir a él antes que a los médicos.

El amor de Artemide hacia los enfermos era profundo y auténtico. Los veía como si fuesen el mismo Cristo; así, cuando pedía a las hermanas un vestido para un joven necesitado, lo solicitaba como si fuera para Jesús. Su cuidado de los enfermos era tan delicado y atento que se hizo ejemplar: algunos lo recordaban transportando sobre sus hombros el cuerpo sin vida de un paciente hasta la morgue, acompañándolo con una oración. Siguiendo el espíritu salesiano y el lema de Don Bosco, «trabajo y templanza», ejerció su misión con energía, sacrificio y total desprendimiento —sin desear honores, sin concederse descanso alguno— salvo los cinco días que pasó en prisión por un malentendido relacionado con la fuga de un detenido hospitalizado. Fue absuelto y recibido entre aclamaciones a su regreso.

Artemide era, además, un hombre profundamente humano, dotado de una alegría sencilla y una simpatía natural que le hacían cercano, especialmente a los humildes. Pero lo que le distinguía sobre todo era su fe luminosa, capaz de conmover y transformar. Un médico, inicialmente incrédulo, confesó que su escepticismo se quebraba cada vez que se encontraba con él; otro afirmó haber hallado la fe en Dios gracias a su ejemplo.

En 1950, una caída desde una escalera desencadenó los primeros síntomas de un tumor, que Artemide reconoció con lucidez. Pese a ello, continuó prestando servicio hasta el año siguiente, cuando, tras soportar con admirable fortaleza las pruebas de la enfermedad, entregó su alma a Dios el 15 de marzo de 1951, plenamente consciente y rodeado del cariño y la gratitud de la comunidad a la que se había consagrado sin reservas.

El 14 de abril de 2002, san Juan Pablo II lo beatificó, constituyendo un hito histórico: Artemide Zatti fue el primer Salesiano Coadjutor no mártir elevado a los altares. Más tarde, el 9 de octubre de 2022, el Papa Francisco lo canonizó.

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