16 de diciembre: Santa Adelaida, emperatriz
Mujer fuerte y caritativa
Reina y emperatriz, continúa siendo hoy una de las figuras más luminosas del Medievo cristiano: mujer fuerte, generosa y capaz de gobernar con una competencia que resulta rara incluso entre los cronistas de su tiempo.
El 16 de diciembre la Iglesia recuerda a Adelaida de Borgoña, mujer que unió inteligencia política, una cultura excepcional para su época y una caridad incansable, resumida en el principio que solía repetir: «Quien posee debe ser misericordioso con quien no tiene nada». Nacida en 931 del rey Rodolfo II de Borgoña y de Berta de Alamania, desde niña se vio implicada en los grandes juegos dinásticos de la Europa medieval. Prometida siendo aún muy joven a Lotario II, rey de Italia, se casó con él a los dieciséis años y, en poco tiempo, se hizo célebre por su fe concreta y por su atención a los pobres.
Su destino cambió bruscamente en 950, cuando Lotario murió en circunstancias oscuras, probablemente envenenado. Berengario de Ivrea, decidido a apoderarse del poder, pretendió que Adelaida se casara con su hijo Adalberto. Ante la firme negativa de la reina, la hizo encerrar en una fortaleza a orillas del Garda. La joven, sin embargo, logró huir y halló refugio en la fortaleza de Canossa, donde pidió apoyo a Otón I de Sajonia, deseoso de afirmar su influencia sobre la península.
La expedición de Otón concluyó con la derrota de Berengario y la asunción de la corona italiana. Para consolidar la alianza con Borgoña, Otón decidió contraer matrimonio con Adelaida, uniendo así sus destinos el día de Navidad del año 951. De su unión nacieron cuatro hijos: Matilde, Enrique, Bruno y Otón, destinado a convertirse en Otón II. En 962, en Roma, ambos soberanos fueron coronados emperadores: desde entonces, Adelaida no fue una figura decorativa, sino una verdadera colaboradora de su esposo, promotora de la reforma cluniacense y atenta a sostener lugares de culto y peregrinaciones. Mujer culta y trilingüe —algunos cronistas hablan incluso de cuatro lenguas—, fue una de las mentes más brillantes de la época otoniana.
A la muerte de Otón I, en 973, regresó brevemente junto a su hermano en Viena, pero pronto fue llamada de nuevo a la corte germánica: primero se convirtió en la principal consejera de su hijo Otón II y, tras la prematura muerte de este, colaboró con su nuera Teófano y con el arzobispo Willigis de Maguncia para garantizar el trono al pequeño Otón III. Después del fallecimiento de Teófano, fue la propia Adelaida quien gobernó el Imperio hasta la mayoría de edad de su nieto, alternando la presencia política en Alemania e Italia con una visión de gobierno que unía firmeza, diplomacia y espíritu cristiano.
Concluida la regencia, Adelaida se dedicó por entero a las obras de misericordia y a la fundación de monasterios, continuando con gran convicción el apoyo a la reforma cluniacense. En los últimos años eligió el monasterio de Seltz, en Alsacia, como lugar de retiro. Allí murió en 999, dejando fama de sabiduría, caridad y profunda espiritualidad. Su sepulcro, que en otro tiempo fue meta de peregrinaciones, no ha sobrevivido a los avatares posteriores. En 1097, el Papa Urbano II la proclamó santa, fijando su memoria litúrgica el 16 de diciembre.
