10 de octubre: San Daniel Comboni
Salvar África con África
Daniel Comboni, convertido en el primer Obispo de África Central y fundador de dos institutos misioneros, nació en circunstancias humildes. Vino al mundo el 15 de marzo de 1831 en Limone sul Garda, en el seno de una familia campesina pobre al servicio de un terrateniente. Sus padres, Luis y Doménica, profundamente religiosos, estuvieron marcados por el dolor: Daniel fue el único de sus ocho hijos que sobrevivió más allá de la infancia.
La difícil situación económica de su familia lo impulsó, siendo muy joven, a trasladarse a Verona para estudiar en el Instituto de don Nicola Mazza, donde maduró su vocación sacerdotal y descubrió el ideal misionero. La experiencia y el testimonio de los primeros misioneros africanos dejaron una huella imborrable en su corazón. Tras ser ordenado sacerdote en 1854, emprendió su primera misión en África tres años más tarde.
Después de cuatro meses de viaje, Comboni y sus compañeros llegaron a Jartum, capital del Sudán. La realidad que encontraron era dura: enfermedades, clima extremo, hambre, soledad, muerte. Pero tales pruebas no le abatieron. Ante tanto sufrimiento, su amor por África se acrecentó. Escribió a sus padres que sudar y morir por la salvación de las almas era demasiado dulce como para renunciar a aquella empresa. Cuando perdió a un joven compañero, en lugar de rendirse, pronunció las palabras que se convirtieron en su lema: «O Nigrizia o muerte».
En 1864, orando ante la tumba de San Pedro, recibió una profunda intuición espiritual: para evangelizar África era necesario implicar directamente a los propios africanos. Nació así el «Plan para la regeneración de África», fundado en la idea revolucionaria de «Salvar África con África».
Comboni se encontró a menudo aislado, incomprendido, e incluso combatido, pero prosiguió con tenacidad su obra. Emprendió una intensa actividad en Europa para sensibilizar a la opinión pública y a la Iglesia sobre la causa africana. No dudaba en dirigirse a reyes, obispos o sencillos ciudadanos para recabar fondos y oraciones. Fundó también una revista misionera, la primera en Italia, con el fin de informar e implicar a los lectores.
En 1867 fundó el Instituto de los Misioneros Combonianos y, en 1872, también el de las Hermanas Misioneras Combonianas, una elección de vanguardia, pues por primera vez religiosas eran enviadas a África para trabajar junto a los sacerdotes. Durante el Concilio Vaticano I se hizo portavoz de la urgencia de evangelizar el continente africano, logrando que setenta obispos firmaran una petición (el célebre Postulatum pro Nigris).
El 2 de julio de 1877 fue nombrado Vicario Apostólico de África Central y, un mes después, ordenado Obispo. Era el reconocimiento oficial de una obra que muchos habían considerado imposible.
En los últimos años de su vida afrontó desafíos aún más duros: devastadoras hambrunas, epidemias, la muerte de numerosos colaboradores y misioneros. Sin embargo, en 1880 emprendió su octavo viaje a África, decidido a continuar su lucha contra la esclavitud y a reforzar la presencia misionera entre los más pobres.
Al año siguiente, agotado en cuerpo y espíritu, cayó gravemente enfermo y murió el 10 de octubre de 1881 en Jartum, a la edad de 50 años. Murió entre su gente, dejando como últimas palabras: «Yo muero, pero mi obra no morirá».
En 1996 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, quien en 2003 lo canonizó.
