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10 de septiembre: San Nicolás de Tolentino

Patrono de las Almas del Purgatorio

Visitaba a los enfermos, ayudaba a los necesitados, sostenía también a quienes eran débiles en el espíritu: oraba, ayunaba, celebraba la Santa Misa y lloraba por los pecadores que acudían a confesarse con él, implorando a Dios que fuesen liberados de la esclavitud del pecado.

Es San Nicolás de Tolentino quien, por su gran caridad, suele ser representado con un sol ardiente en el pecho, símbolo de un corazón inflamado de amor.

Nació hacia 1245 en Sant’Angelo in Pontano (Macerata). De niño ingresó en el convento de los Agustinos de su localidad, primero como estudiante y luego como novicio. Fue ordenado sacerdote hacia 1273, y poco después enviado a Tolentino, donde desarrolló todo su ministerio.

No se distinguió por estudios ni escritos de relieve, sino por su predicación, por su entrega como confesor y por su dedicación a los pobres y enfermos. Impulsado por una profunda caridad, visitaba los barrios más pobres, cuidaba de los moribundos y se ocupaba tanto de las necesidades materiales como espirituales de las personas.

En él se unían la vida espiritual y el compromiso activo, la oración y la atención a las necesidades del prójimo. Era austero y místico, pero al mismo tiempo amado por su caridad, sobre todo por su presencia entre la gente más humilde, a la que consolaba y bendecía con afecto.

Cuando San Nicolás llegó a Tolentino, le precedía ya la fama de hombre santo: muy severo consigo mismo, pero acogedor y lleno de virtudes con los demás. Era también conocido por algunos dones extraordinarios, entre ellos una visión que había tenido tiempo antes en Valmanente, cerca de Pésaro. En aquella visión, las almas del Purgatorio le suplicaron con insistencia que celebrase una Misa por ellas, y una semana después las volvió a ver mientras ascendían jubilosas hacia el Cielo.

Él mismo relató este episodio, que marcó profundamente su vida. Precisamente por este motivo, la Iglesia lo proclamó Patrono de las Almas del Purgatorio.

Tal vez también por ello, San Nicolás fue siempre muy diligente y devoto en la celebración cotidiana de la Santa Misa desde las primeras horas de la mañana. En aquel tiempo no era habitual, ni siquiera en los conventos, que los sacerdotes celebrasen Misa con tanta frecuencia.

Para él, aquel momento era tan importante que se preparaba cada día con largas oraciones y, sobre todo, confesándose diariamente, para presentarse en el altar con el corazón lo más puro posible.

Cuando estaba a punto de morir, alguien le preguntó por qué se mostraba tan sereno. San Nicolás respondió: «Porque mi Dios y Señor Jesucristo, con su Santa Madre y mi Santo Padre Agustín, me están diciendo: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”». Murió el 10 de septiembre de 1305.

El papa Bonifacio IX, con la bula Splendor paternae gloriae del 1 de enero de 1390, concedió indulgencia plenaria a quienes visitasen, el sábado después de su fiesta litúrgica, la tumba del Santo en el “Cappellone” del Santuario de Tolentino, como ya ocurría con la iglesia de la Porciúncula en Asís.

Fue canonizado por el papa Eugenio IV el 5 de junio de 1446, en la solemnidad de Pentecostés.

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