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30 de junio: Santos Protomártires de la Iglesia de Roma

Fieles a Cristo hasta el supremo sacrificio

La memoria de los primeros mártires de la Iglesia de Roma se celebra inmediatamente después de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo. Esta conmemoración ha estado siempre vinculada al lugar donde se hallaba el circo construido por el emperador Calígula, más tarde conocido como el Circo de Nerón. Se encontraba en los jardines de Agripina —madre de Calígula—, en la vertiente meridional de la colina vaticana, desde donde partían las vías Aurelia, Cornelia y Triumphalis.

Se recuerda especialmente el célebre incendio de Roma, ocurrido el 16 de julio del año 64 d.C., cuya autoría el pueblo atribuyó al propio Nerón. Para desviar de sí las sospechas, el emperador hizo arrestar y condenar a numerosos cristianos. Según el historiador Tácito (en sus Anales, libro XV, capítulo 44), muchos de ellos fueron arrojados a las fieras o quemados vivos para alumbrar la ciudad por la noche. Tácito relata que, con el fin de eliminar cualquier sospecha, Nerón culpó del incendio a los cristianos, sometiéndolos a torturas de una crueldad extrema.

En primer lugar fueron detenidos quienes confesaron pertenecer a la comunidad cristiana; después, sobre la base de sus declaraciones, fue arrestada una multitud. No se les castigó tanto por el incendio, sino por ser considerados “enemigos del género humano”.

El Martirologio Jeronimiano ya los conmemoraba en gran número (979 mártires) el 29 de junio. Su culto, que en un principio se limitaba a la pequeña iglesia de Santa María de la Piedad en el Camposanto Teutónico, fue extendido a toda la ciudad de Roma en 1923 y, en 1969, a toda la Iglesia de rito romano.

También san Clemente Romano, en su carta a los Corintios escrita entre los años 96 y 98 d.C., menciona a estos protomártires. Tras aludir al martirio de Pedro y Pablo, recuerda también a “una gran multitud de elegidos”, que padecieron torturas y humillaciones y dejaron un ejemplo admirable. Entre ellos se hallaban también mujeres, sometidas a tormentos atroces.

En 1626, durante las obras para construir los cimientos del baldaquino de Bernini en la basílica de San Pedro, bajo el pontificado de Urbano VIII, fueron halladas tumbas con restos calcinados, cenizas y carbones.

Las ejecuciones de estos mártires se convirtieron en espectáculos públicos. Algunos, cubiertos con pieles de animales, eran despedazados por perros; otros fueron crucificados o quemados vivos para servir de iluminación nocturna. Estas atrocidades se llevaban a cabo en los jardines de Nerón, que ofrecía el macabro espectáculo al pueblo.

El obelisco que hoy preside el centro de la Plaza de San Pedro se encontraba originalmente en el centro de la spina del Circo de Nerón —la estructura longitudinal que dividía en dos el trazado de las carreras de cuadrigas—. Fue el papa Sixto V quien decidió trasladarlo a su ubicación actual, justo frente a la basílica.

El punto exacto donde estuvo situado antaño está hoy marcado por una lápida en el suelo, a la izquierda de la basílica, poco más allá del nártex (el vestíbulo cubierto de entrada). Dicha inscripción recuerda el lugar donde se levantaba el circo en el que, en el año 64, fueron martirizados san Pedro y muchos otros cristianos.

En el lado derecho del circo —justo bajo la actual basílica de San Pedro— se hallaba una necrópolis al aire libre, donde fue sepultado Pedro tras su martirio. En el siglo pasado, las excavaciones arqueológicas sacaron a la luz parte de esa antigua necrópolis, y los investigadores lograron identificar el lugar de la sepultura del apóstol Pedro, el primero entre los Doce.

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