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28 de junio: Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María

Una Madre para todos sus hijos

«Hemos perdido el camino de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de vidas en las guerras mundiales. Hemos incumplido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes.

Nos hemos enfermado de codicia, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos secado por la indiferencia y paralizado por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidando que somos custodios de nuestros hermanos y de la casa común. Hemos desgarrado con la guerra el jardín de la Tierra, hemos herido con el pecado el Corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, salvo a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: ¡perdónanos, Señor!»

En medio de la miseria del pecado, del esfuerzo y la fragilidad humana, del misterio de iniquidad que es el mal y la guerra, tú, Madre santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que sigue mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos. Él mismo te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón Inmaculado un refugio para la Iglesia y para toda la humanidad. Por gracia divina estás a nuestro lado, y aun en los recodos más oscuros de la historia, nos conduces con ternura.

A ti acudimos, llamamos a la puerta de tu Corazón nosotros, tus hijos queridos, a quienes en todo tiempo visitas sin descanso e invitas a la conversión. En esta hora sombría, ven en nuestro auxilio y consuélanos. Repite a cada uno: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?» Tú sabes deshacer los nudos de nuestro corazón y los enredos de nuestro tiempo. Depositamos en ti nuestra confianza. Estamos seguros de que tú, sobre todo en la hora de la prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestra ayuda.

Este es el texto del Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de la Iglesia, de la humanidad y, de manera especial, de Rusia y Ucrania, pronunciado por el Papa Francisco ante la imagen de la Virgen de Fátima el 25 de marzo de 2022, solemnidad de la Anunciación, durante la celebración penitencial en la Basílica de San Pedro.

Se trató, en palabras del propio Pontífice, de «un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático eleva a Dios, por medio de su Madre y nuestra, el clamor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz». Así lo expresó en la carta enviada a todos los obispos del mundo, invitándolos a unirse a él en dicho acto de consagración.

El sábado posterior a la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la memoria del Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María. Esta conmemoración, íntimamente ligada a la del día anterior, resalta la profunda unión entre los Corazones de Jesús y de María.

En el lenguaje bíblico, el “corazón” representa a la persona en su totalidad: es el centro profundo del ser, donde convergen razón, voluntad, afectos y espíritu. Por ello, el Corazón de la Virgen indica su persona entera, su amor indiviso a Dios y a la humanidad, y su total entrega al plan de salvación.

El Corazón Inmaculado de María es espejo fiel del Corazón de Cristo y modelo para todo cristiano. Celebrarlo significa reconocer en María a una madre espiritual y guía segura, confiar en su amor, imitar sus virtudes y acoger su presencia como camino hacia la voluntad de Dios.

Así como el corazón de una madre es el centro del amor en una familia, también el Corazón de María es refugio, consuelo y ternura. Consagrarse a él es entregarse plenamente a Ella, aceptar su amor maternal y dejarse guiar hacia Dios, ofreciéndole todo nuestro ser para que, a su vez, nos presente a Jesús.

El mismo Cristo, desde la cruz, nos la confió como Madre al decir a Juan: «Hijo, ahí tienes a tu madre». Acoger a María, como hizo el discípulo amado, significa integrarla en nuestra vida cotidiana, en nuestra espiritualidad y en nuestro camino de fe.

Consagrarse a su Corazón implica también seguirla como maestra, dejándose formar por Ella para vivir una fe más profunda, plena y auténtica, como exige nuestra vocación bautismal.

El Corazón Inmaculado de María es, por tanto, un modelo perfecto de humildad, caridad, pureza y fe: un corazón que guarda la Palabra de Dios, como se dice en el Evangelio:

«María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).

En las apariciones de Fátima —en particular el 13 de junio de 1917— la Virgen le dijo a Lucía:

«Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A quien la abrace le prometo la salvación».

Esta devoción no se limita a una práctica exterior, sino que comporta una entrega profunda: una verdadera consagración de uno mismo a María para crecer en el amor a Dios.

Ese mismo 13 de junio, la Virgen mostró a los tres pastorcitos su Corazón rodeado de espinas, símbolo de las ofensas que recibe por los pecados de la humanidad. Pidió actos de reparación por esas heridas.

En la aparición del 13 de julio de 1917, la Virgen pidió expresamente la consagración al Corazón Inmaculado y la oración por los pecadores.

Más adelante, en las visiones de Pontevedra y Tuy, reiteró su petición e indicó la práctica de los “Cinco Primeros Sábados de mes”, con carácter reparador. Esta práctica consiste en: confesarse con la intención de reparar las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María: Comulgar en gracia de Dios con esa misma intención; Rezar el Rosario; Meditar durante 15 minutos los misterios del Rosario.

A quienes vivan esta práctica con sinceridad, María promete las gracias necesarias para alcanzar la salvación eterna.

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