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14 de julio: San Camilo de Lelis

Al servicio de Cristo en los enfermos

Cuando aún los enfermos eran atendidos por condenados o por asalariados sin preparación, Camilo de Lelis cambió radicalmente la perspectiva de la asistencia. Dejó de ser una imposición, una forma de expiar una pena o de obtener un lucro, para convertirse en un acto de amor y compasión hacia quienes sufren, viendo en ellos el rostro de Cristo a quien servir y amar.

Camilo de Lelis nació en 1550 en los Abruzos, de madre de edad avanzada, en un entorno marcado por las dificultades y la incertidumbre. Desde muy joven mostró un carácter rebelde y, con tan solo trece años, empezó a seguir a su padre, militar de profesión, aprendiendo rápidamente los vicios del juego y adoptando una conducta violenta y desordenada.

Durante años llevó una vida errante como soldado de fortuna, combatiendo y arriesgando la vida, para luego malgastar sus ganancias en el juego. En 1574, tras sobrevivir a un naufragio, cayó en la miseria y se vio obligado a mendigar y a trabajar como peón en un convento de Frailes Menores Capuchinos.

Durante un viaje al convento de San Giovanni Rotondo, en el Año Santo de 1575, un fraile le dijo unas palabras que le marcaron profundamente:

«Dios lo es todo. Lo demás no importa. Lo único que cuenta es salvar el alma, que es eterna».

De regreso, entre los montes del Gargano, Camilo se detuvo, bajó del caballo, se arrodilló y rompió a llorar, rezando:

«Señor, he pecado. Perdóname, ¡soy un gran pecador! Cuánto dolor por no haberte conocido y amado en todos estos años. Te ruego, dame tiempo para arrepentirme de verdad de mis pecados».

Pidió ser admitido como fraile, pero una llaga crónica en la pierna le obligó a abandonar el noviciado.

De vuelta en Roma, empezó a trabajar en el Hospital de San Giacomo, entre los enfermos más graves, los llamados “incurables”, donde destacó por su entrega y el amor con que los cuidaba. Fue nombrado Maestro de Casa y reorganizó el hospital con firmeza y espíritu cristiano, oponiéndose con decisión a la costumbre de confiar los cuidados a condenados o a sirvientes sin vocación.

Impulsado por el deseo de transformar de raíz el sistema de asistencia, Camilo soñaba con sustituir a aquellos ayudantes por voluntarios movidos únicamente por el amor de Dios. Así fundó un grupo de hombres dedicados a la atención de los enfermos, que en 1586 se convirtió en la Congregación de Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos, conocidos como camilos.

Entre múltiples dificultades y resistencias, Camilo continuó su labor en los principales hospitales, como el de Santo Spirito en Roma, procurando llevar dignidad, higiene y compasión allí donde reinaban el abandono y la suciedad.

Falleció el 14 de julio de 1614, a los 64 años, dejando un testamento espiritual en el que se entregaba por completo a Dios, pidiendo perdón por sus pecados y confiando su alma y su cuerpo a Jesús Crucificado:

«Yo, Camilo de Lelis… dejo mi cuerpo de tierra a la misma tierra de donde fue formado… Dejo al Demonio, inicuo tentador, todos los pecados y ofensas que he cometido contra Dios y me arrepiento de ellos con todo el alma… Ítem, dejo al mundo todas sus vanidades… Ítem, dejo y dono mi alma y todo cuanto soy a mi amadísimo Jesús y a su santísima Madre… Finalmente, me entrego por completo a Jesucristo Crucificado, en alma y cuerpo, y confío en que, por su infinita bondad y misericordia, me reciba y me perdone como perdonó a la Magdalena».

Fue beatificado el 7 de abril de 1742 por Benedicto XIV, quien también lo canonizó el 29 de junio de 1746. Es Patrón de los hospitales, de los enfermeros y de los enfermos.

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