26 de julio: Joaquín y Ana, padres de la Bienaventurada Virgen María
Los abuelos de Jesús
En los Evangelios, María se presenta como una joven de Nazaret, desposada con José, cuya genealogía se detalla minuciosamente para demostrar la descendencia davídica de Jesús. Sin embargo, no se ofrece ninguna referencia directa a la familia de María, probablemente también residente en Nazaret.
Desde los primeros siglos, la tradición cristiana ha transmitido los nombres de sus padres: Joaquín (que significa «Dios concede») y Ana («gracia» o «la llena de gracia»). Los evangelios apócrifos, aunque no sean históricamente fiables, nos ofrecen la imagen de una pareja sencilla y discreta. Aunque ignoraban la misión extraordinaria que aguardaba a su hija, supieron acogerla y educarla en un clima de fe, con el corazón abierto al don de Dios.
El culto a santa Ana aparece en las liturgias orientales ya en el siglo VI, y en Occidente a partir del siglo VIII. Antes de finalizar el siglo XIV, su veneración se había difundido por toda la Iglesia.
Santa Ana suele representarse enseñando a la pequeña María a leer la Sagrada Escritura, como símbolo de la transmisión de la fe y de la sabiduría. Una célebre icono rusa muestra, en cambio, el beso entre Joaquín y Ana en el momento en que descubren la concepción de su hija: una imagen delicada del amor conyugal y de la participación en el misterio de la Encarnación.
La santidad y el valor de estos padres pueden vislumbrarse en el ambiente familiar que los Evangelios dejan entrever en torno a María. La fortaleza interior de la Virgen, su capacidad para tomar decisiones cruciales, su vida de oración constante, el cumplimiento de la ley religiosa, su fidelidad en los momentos de prueba y su atención hacia los suyos reflejan una familia unida, profundamente creyente, capaz de conjugar tradición y apertura a la novedad.
Joaquín y Ana representan a todas esas generaciones silenciosas y fieles que han vivido su fe con coherencia, transmitiendo los valores religiosos y preparando, sin saberlo, la venida del Mesías. Permanecen en la sombra, pero su papel ha sido fundamental.
Esta es, en todos los sentidos, la “fiesta de los abuelos”. Recuerda a los abuelos su importante misión: dar forma al futuro transmitiendo lo mejor del pasado, mantener vivas las tradiciones y ofrecerlas como un don a las nuevas generaciones. Pero esta celebración interpela también a los más jóvenes: les invita a reconocer y valorar la sabiduría de los mayores, una sabiduría fruto de la experiencia y la reflexión, que merece ser escuchada con respeto y no relegada al olvido.
