25 de agosto: San Luis IX, rey de Francia
Poder y riqueza al servicio del Reino de Dios
Es conocido como un rey justo y prudente, hasta el punto de merecer el sobrenombre de prud’homme (hombre sabio). Fue también un reformador de las instituciones y ejerció con frecuencia el papel de mediador en conflictos internacionales. Se trata de Luis IX, rey de Francia. Nació el 25 de abril de 1214 y fue coronado rey con tan solo doce años. Su madre, Blanca de Castilla, asumió la regencia y se ocupó de inmediato de su coronación, que tuvo lugar el 29 de noviembre de 1226 en la catedral de Notre-Dame de Reims. Blanca, mujer de carácter firme, transmitió al joven rey una educación profundamente religiosa y unas estrictas normas morales que Luis siguió fielmente durante toda su vida.
Durante su reinado, enviados reales como los bailíos y los prebostes recorrían Francia para hacer cumplir las leyes. Con la ordenanza de 1245, llamada la quarantaine-le-roi, Luis impuso una tregua de cuarenta días para limitar los conflictos entre los nobles. En la corte, los asuntos del reino se organizaron en distintos órganos: uno se ocupaba de la política, otro dio origen al Parlamento, y un tercero sentó las bases de lo que más tarde sería la Corte de Cuentas.
Se inscribió en la Tercera Orden Franciscana y fue ejemplar en la vida de oración, mortificación y caridad hacia los pobres. Protegió y defendió a las Órdenes mendicantes.
En 1254, tras haber sido hecho prisionero en Egipto durante la Séptima Cruzada, Luis regresó a Francia y decidió reformar su vida y su reino, inspirándose en principios de penitencia y moralidad. Redactó la Gran Ordenanza, que exigía a los funcionarios actuar con justicia e imparcialidad, rechazar regalos personales, no imponer penas sin juicio y presumir la inocencia del acusado.
Se prohibieron la blasfemia, la prostitución, el juego y la usura, y se estableció que las esposas no podían ser castigadas por los delitos de sus maridos. Además, el procedimiento de juicio sumario fue sustituido por métodos probatorios más racionales o testimoniales.
Luis IX fue también un notable constructor. En el ámbito militar, mandó fortificar ciudades como Angers y Aigues-Mortes, desde donde partió en 1248 rumbo a la Séptima Cruzada.
En 1239, Balduino II, emperador de Constantinopla, ofreció a Luis la Santa Corona de Espinas de Cristo. Para custodiarla, mandó construir un lugar digno: la magnífica Sainte-Chapelle, considerada un relicario monumental.
En 1270, Luis emprendió la Octava Cruzada. Los cruzados zarparon desde Aigues-Mortes, hicieron escala en Cerdeña y llegaron a Túnez, donde sitiaron la ciudad. Durante aquella campaña, el rey murió a los 56 años, probablemente a causa de una enfermedad similar a la peste o a la disentería.
Su sucesor, Felipe III, mandó trasladar los restos mortales a Francia. El 21 de mayo de 1271, el cuerpo fue depositado en Notre-Dame de París, y al día siguiente se celebró el funeral en la basílica de Saint-Denis.
Considerado ya un santo en vida, Luis fue venerado inmediatamente tras su muerte tanto por el pueblo como por la nobleza. En 1297, veintisiete años después de su fallecimiento, Bonifacio VIII lo canonizó, siendo el único rey de Francia en recibir tal honor. Es Patrono de la Orden Franciscana Seglar.
Resulta singular que la Orden de San Francisco, nacida bajo el signo de la pobreza y la humildad, tenga como Patronos de la Tercera Orden a dos soberanos: San Luis IX y Santa Isabel de Hungría. No se trata de una casualidad, sino del signo de que no es tanto la posesión del poder o de la riqueza lo que aleja de la santidad, sino el uso que de ellos se hace.
