17 de julio: Santa Teresa de San Agustín y 15 Carmelitas Descalzas, compañeras mártires
Guillotinadas por su fidelidad a la vida consagrada
Un proceso farsa ante el Tribunal Revolucionario, una parodia de justicia inspirada únicamente por el odio hacia la religión y la Iglesia. Con un desenlace fatal: dieciséis carmelitas descalzas del convento de Compiègne, encabezadas por la priora Teresa de San Agustín (en el siglo Marie-Madeleine-Claudine Lidoine), fueron guillotinadas en la plaza del Trono de París. Era el 17 de julio de 1794. Aquel día, las religiosas fueron conducidas en dos carretas hasta el lugar de la ejecución.
Para la multitud y los habituales de aquel espectáculo macabro, la escena de ese día fue muy distinta a la habitual. Mientras eran llevadas al patíbulo, las monjas entonaban salmos y, al llegar frente a la guillotina, comenzaron a cantar el Veni Creator. Antes de subir al cadalso, renovaron su profesión religiosa en manos de la priora, que fue la última en ser ejecutada. El coraje y la dignidad con que afrontaron la muerte impresionaron profundamente a los presentes. Diez días después, terminaría en Francia el periodo conocido como el Terror.
Las dieciséis carmelitas fueron acusadas de formar “conciliábulos contrarrevolucionarios” y de seguir viviendo bajo su Regla y obedientes a su superiora. En particular, se les reprochaba su fidelidad a la vida religiosa, considerada entonces una forma de “fanatismo”, así como su devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Al comenzar la Revolución francesa, miembros del Comité de Salud Pública se presentaron en el monasterio para interrogar a las religiosas y tratar de persuadirlas para que abandonaran la vida consagrada. Las monjas, sin embargo, se negaron a renunciar al hábito y a su vocación.
Entre los meses de junio y septiembre de 1792, en un clima de violencia creciente, la madre Teresa de San Agustín exhortó a sus hermanas a ofrecer sus vidas a Dios como sacrificio para obtener la paz entre la Iglesia y el Estado. Esta ofrenda se convirtió en una oración cotidiana que las sostuvo hasta el martirio.
En septiembre de ese mismo año, fueron expulsadas del convento, obligadas a vestir ropas civiles y a vivir separadas en cuatro grupos, alojados en distintos puntos de Compiègne. A pesar de la dispersión, mantuvieron su vida de oración y penitencia, comunicándose por carta y permaneciendo siempre bajo la dirección espiritual de su priora.
El 24 de junio de 1794, tras ser descubiertas y denunciadas, fueron arrestadas y trasladadas a París, a la prisión de la Conciergerie. Incluso en la cárcel, las carmelitas descalzas dieron testimonio de fe, serenidad y confianza en Dios.
Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común, junto con los de otros condenados, en el actual cementerio de Picpus. Fueron beatificadas en la Basílica de San Pedro por san Pío X, el 27 de mayo de 1906, y canonizadas por el papa Francisco el 18 de diciembre de 2024.
