17 de septiembre: San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia
“El Jesuita vestido de rojo”
San Roberto Belarmino nació el 4 de octubre de 1542 en Montepulciano. Procedía de una familia numerosa: era el tercero de doce hijos, y su madre era hermana del cardenal Marcello Cervini, que en 1555 fue elegido Papa con el nombre de Marcelo II, aunque su pontificado duró solo veintiún días.
Desde muy joven, Belarmino mostró gran inteligencia y una clara vocación religiosa. Su padre, que habría querido para él la carrera de médico, pensaba inicialmente enviarlo a estudiar a Padua, pero finalmente aceptó su decisión de entrar en la Compañía de Jesús. Inició su formación religiosa en 1560, junto a su primo Roberto Cervini, en la casa de los jesuitas en Roma. Comenzó con gran aprovechamiento sus estudios, que le llevaron después a Florencia, Mondovì, Padua y, finalmente, a Lovaina, donde se distinguió como predicador y profesor.
Fue ordenado sacerdote en 1570 y profesó los votos solemnes en 1572. De regreso en Italia en 1576, se dedicó a la enseñanza y a la redacción de importantes obras teológicas. Entre ellas destacan las Disputationes de Controversiis Christianae Fidei, vasta obra en la que sintetiza con brillantez toda la teología del Concilio de Trento.
En 1589 fue elegido teólogo y consejero por el cardenal Caetani, aunque esta misión duró poco debido a la muerte del Papa Sixto V. No obstante, continuó sirviendo fielmente a los pontífices sucesivos —Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII— ocupando cargos de gran relevancia en la Curia romana.
Entre 1592 y 1595 fue rector del Colegio Romano, donde contribuyó a la redacción de la Ratio Studiorum, el plan educativo de las escuelas jesuíticas. Durante aquellos años fue también padre espiritual de san Luis Gonzaga, a quien acompañó con dedicación paterna hasta la muerte.
En 1595 fue nombrado provincial de los jesuitas en Nápoles y, de regreso en Roma, el 3 de marzo de 1599, Clemente VIII le creó cardenal con el título de Santa María in Via. Asumió entonces responsabilidades de gran importancia, como consultor de la Congregación del Índice y del Santo Oficio, así como teólogo de la Penitenciaría Apostólica. En este periodo redactó también un Catecismo, que confirma su entrega como educador en la fe cristiana. A pesar de haber alcanzado una posición tan elevada, mantuvo siempre un estilo de vida sobrio y modesto, lo que le valió el apelativo de “el Jesuita vestido de rojo”.
En 1602 fue nombrado arzobispo de Capua, cargo que desempeñó con celo pastoral hasta 1605. Fue un obispo atento y cercano a su pueblo. Durante el cónclave de 1605, figuró entre los candidatos al pontificado, pero resultó elegido Paulo V, con quien Belarmino colaboró activamente en múltiples cuestiones doctrinales.
Dos episodios célebres le tuvieron como protagonista: el caso de Giordano Bruno, con quien mantuvo conversaciones en la cárcel antes de su condena por herejía —aunque no participó directamente en el proceso—, y la cuestión de Galileo Galilei, a quien Belarmino comunicó el juicio de la Inquisición. Galileo conservó siempre con respeto el escrito del cardenal.
Belarmino redactó asimismo obras espirituales y ascéticas, inspirándose en san Buenaventura. Consciente de la cercanía de la muerte, pidió y obtuvo del Papa el permiso de retirarse al noviciado de los jesuitas en San Andrés del Quirinal. Allí falleció el 17 de septiembre de 1621, recitando el Credo e invocando al Señor.
Su proceso de canonización se prolongó durante siglos: fue beatificado en 1923, canonizado en 1930 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1931 por el Papa Pío XI.
